El pasado día 10 de diciembre se cumplieron 69 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y aún después de estos últimos años en que la sociedad que conocíamos ha quebrado, cuesta creer que en el mundo considerado como desarrollado se incumplan derechos humanos esenciales para la vida de las personas. Sin embargo, en nuestra querida España, sin ir más lejos, se dan multitud de atropellos contra los derechos humanos.

Artículos fundamentales de nuestra Constitución que aluden directamente a los derechos humanos se incumplen a diario con total impunidad. Es más, asistimos a una vergonzosa inversión de valores que permite que la propia constitución haya sido puesta a disposición de los mercaderes y no a la inversa, que es lo que en un mundo libre y democrático cabría esperar.

Las mayorías, silenciadas por 40 años de franquismo y adormecidas por otros tantos de falsa democracia, ven como este fenómeno va en aumento y las autoridades públicas nada hacen para revertir la situación, más bien al contrario, hemos alcanzado tal perversidad que los representante públicos se han convertido en los peones de brega de los grandes matadores de las finanzas, si se permite el símil taurino.

Desde la caída del muro de Berlín y el comienzo de las políticas neoliberales de Thatcher y Reagan, todos nuestros gobernantes de uno u otro signo han impulsado medidas que contribuyen a que vivamos en una sociedad más desigual. El estado se adelgaza, ante la idea que la iniciativa privada gestiona mejor la riqueza. Mientras tanto, las empresas, en donde suelen recalar los políticos tras su paso por la escena pública, convierten en negocio el agua, la energía, la salud o el derecho a una educación en libertad. Estas políticas, que se presentan como la única vía posible
para crear empleo y crecer económicamente, han conseguido todo lo contrario. La realidad es que sobre una base sólida de eufemismos y mentiras, crece, como un suflé, la precarización laboral y empeora, a ojos vista, la calidad de servicios públicos esenciales. Así, los derechos humanos también acompañan a nuestro bienestar social en un evidente retroceso al mismo tiempo que se produce la domesticación de todo un país, que sacrifica su libertad en el altar de la seguridad.

Ya en 1975 el informe “La crisis de la democracia”, escrito por encargo de la Comisión Trilateral detectaba como amenaza para la clase dominante, a la democracia y al estado del bienestar social.

Este informe afirmaba que el desarrollo de la democracia en Occidente lleva a la disminución del poder del gobierno y que distintos grupos de población, aprovechando la democracia, habían comenzado a reivindicar derechos y privilegios a los que nunca antes aspiraron, y que semejantes “excesos de la democracia” suponían un desafío para el sistema de poder establecido. Conclusión: había que evitar la implicación de las masas en la política y frenar la democracia provocando la apatía y establecer una opinión generalizada de que solo existe la alternativa que propone el mercado.

Hay quien dice que estamos ante una crisis más y que las crisis son parte del propio sistema. Otros opinan que estamos ante una quiebra total de la civilización porque a la codicia infinita de los especuladores financieros, se suma una crisis ambiental sin precedentes desde que existe el dinero. No se puede crecer hasta el infinito en un mundo finito. Sea una visión u otra la acertada, lo cierto y verdad es que la riqueza se acumula cada vez en menos manos.

Las decisiones de los llamados “mercados” no se someten a los poderes públicos representativos. Los ciudadanos hemos perdido nuestro poder en la toma de las decisiones políticas que nos afectan. Hemos sido engañados por los prestidigitadores de la partitocracia y otros agentes que buscan exclusivamente su beneficio propio, deciden en nuestro nombre y sus decisiones afectan a los derechos y a las conquistas sociales de todos nosotros.

Si se quiere defender el interés común de la mayoría y vivir en una democracia real, es prioritario que tengamos capacidad para decidir e influir verdaderamente en las políticas que nos afectan. En este sentido quizá debamos contemplar la posibilidad de comenzar una revolución ciudadana que transcienda las ideologías políticas partidistas que nos enfrentan y que defienden intereses muy particulares.

Una vez acabada esta descripción que podíamos haber encontrado en varios sitios, nos queda todavía responder a la pregunta que motiva este trabajo. Nosotros trabajamos en un templo masónico, conocemos una realidad fuera del espacio, fuera del tiempo, donde pretendemos asomarnos al núcleo del ser humano. La palabra, el logos, lo existente antes de que nada existiera, rebota de norte a sur, coge luz en el oriente, se escapa por la plomada y desciende nuevamente por la escalera de nuestro cuadro de Logia. Nuestra vida, nuestros terrores, sean cuales fueran, quedan esperando al otro lado de la puerta del Occidente. Dentro del Taller solo el hombre y la mujer, sin metales, sin propiedades, sin historia y sin currículo.

A la salida cada uno volverá a su papel habitual. Unos apostaran por el decrecimiento y la unidad de la izquierda y otros, ¿Por qué no?, pueden trabajar por un capitalismo humanizado. En cualquier caso el contacto constante con lo trascendente debería hacernos a unos y otros portadores de la luz. Una luz desconocida en el mundo que ilumina la estrella del sistema solar que puede dar otra dimensión a las ideas que sustentamos en la sociedad.

En cualquier caso uno y otro, el izquierdista radical y el conservador moderado deberíamos unirnos y reclamar los cambios en los que la inmensa mayoría de la ciudadanía de nuestro país coincide. No es bueno fomentar la división, porque ni la derecha ni la izquierda tienen la fuerza necesaria para solucionar el problema que ellos mismos han generado. Solo un ser humano transformado, podrá superar las simplistas visiones enfrentadas que la sociedad ha incorporado en su imaginario colectivo.

No se pretende ideologizar a la masonería, en todo caso “masonizar” la ideología. El mundo que se extiende más allá de la puerta de Occidente es pasajero, el del templo es eterno por ancestral; la sabiduría de la tradición puede aportar a cada una de las visiones que defendemos en el mundo profano el contrapeso preciso para que nuestros actos tengan la dimensión humana que supere las diferencias.

Por tanto la forma en que un iniciado debe combatir el retroceso de los derechos humanos es el compromiso personal con el mundo, y en ese compromiso, nuestros talleres, el ritual y la acción de los Hermanos sobre él, representan un motor de acción para ello, sin abandonar sus obligaciones diarias, los Francmasones, reunidos en sus templos exploramos juntos el vasto dominio del pensamiento de la acción y del amor universal para promover la revolución ciudadana que transcienda las ideologías políticas partidistas que nos enfrentan, que defienden los intereses particulares de quienes crean crisis y hacen retroceder los derechos humanos.