El tiempo del lamento y el miedo ha de quedar atrás definitivamente y ha de ser sustituido por un nuevo tiempo alumbrado por valores que respeten la diversidad y las diferencias entre seres humanos sin distinción alguna
El 25 de noviembre de 1960 las tres hermanas Mirabal eran brutalmente asesinadas por Trujillo, dictador de la República Dominicana, por su activismo político. Años después, la ONU institucionalizaría esta fecha como el Día Internacional contra la violencia de género, para recordar al mundo que la violencia contra las mujeres es una violencia estructural, que va mucho más allá de la doméstica y que recorre de norte a sur y de este a oeste todos los rincones del planeta.
Cada año miles de mujeres son brutalmente asesinadas, golpeadas, violadas o prostituidas, acosadas, quemadas vivas o torturadas por el mero hecho de ser mujeres. Una violencia de género que parece inagotable y que alcanza a sus propios hijos, que quedan huérfanos o son también asesinados. En la mayor parte de los casos no hay denuncia previa.
Sin embargo, la violencia contra las mujeres no solo adopta la forma de violencia física, también lo es económica, social, sexual y psicológica. Porque es producto de una sociedad patriarcal que, a su vez, es una sociedad de jerarquías en la que la mujer ocupa los últimos escalones. Según ONU Mujer, el 35 por ciento de las mujeres han sufrido algún tipo de violencia física y/o sexual proveniente de su pareja, expareja o familiar. Algunos estudios nacionales sitúan esa cifra en el 70 por ciento. Cada día, 137 mujeres son asesinadas por miembros de su propia familia. En 2017, 87.000 mujeres fueron asesinadas, más de la mitad de ellas a manos de familiares.
La trata de mujeres y niñas, con fines fundamentalmente de explotación sexual, supone un 72 por ciento del total de víctimas de la trata de seres humanos; el matrimonio infantil, con su corolario de embarazos tempranos e indeseados, aislamiento social, interrupción de la escolarización y elevación de la violencia doméstica, afecta a una de cada cinco niñas; al menos 200 millones de mujeres y niñas han sido sometidas a la mutilación genital; 15 millones de niñas adolescentes has sido sexualmente forzadas… Basten estos datos para comprender el alcance actual de una pandemia distinta a la que hoy recorre el mundo pero no menos grave.
La Federación Española de la Orden Masónica Mixta Internacional El Derecho Humano, que hunde sus raíces y tiene como enseña la Igualdad, condena radicalmente estos hechos como una de las mayores lacras que sacuden al mundo y reclama políticas institucionales para su erradicación.
La pandemia producida por el Covid-19 ha incrementado el sufrimiento de muchas mujeres obligadas a vivir el confinamiento junto a sus parejas. El aislamiento social, la inseguridad económica, el miedo a la reacción violenta descargada contra ella, han quintuplicado el número de llamadas a teléfonos de asistencia e incrementado la vulnerabilidad a la violencia en el ámbito doméstico.
Es tarea de hombres y mujeres terminar con esta situación que mina los principios más sagrados de la relación entre los seres humanos. Una Humanidad compuesta por dos géneros diferentes y complementarios, tal como sostuvo nuestra fundadora Marie Deraismes, y cuya relación ha de regirse por la igualdad más absoluta. La violencia de género no es sino el reflejo de una sociedad y un sistema profundamente desiguales, regidos por principios autoritarios y patriarcales en los que no caben los principios de fraternidad, justicia y libertad.
Es tan urgente terminar con el silencio que rodea a la violencia de género como educar a las nuevas generaciones en los principios de igualdad y respeto a las diferencias. Es urgente terminar con cualquier tipo de violencia en general y con la de género en particular. La educación en igualdad y las políticas de prevención han de ser centrales en la agenda política de las instituciones. Ello exige adoptar medidas eficaces de protección e identificación de las víctimas y dedicar los recursos humanos y materiales necesarios. Es imprescindible una profunda concienciación social, una educación que transforme los parámetros en los que se mueve la sociedad patriarcal para sustituirlos por otros en los que igualdad sea sinónimo de libertad.
Luz Modroño, Maestra Masona
El tiempo del lamento y el miedo ha de quedar atrás definitivamente y ha de ser sustituido por un nuevo tiempo alumbrado por valores que respeten la diversidad y las diferencias entre seres humanos sin distinción alguna
El 25 de noviembre de 1960 las tres hermanas Mirabal eran brutalmente asesinadas por Trujillo, dictador de la República Dominicana, por su activismo político. Años después, la ONU institucionalizaría esta fecha como el Día Internacional contra la violencia de género, para recordar al mundo que la violencia contra las mujeres es una violencia estructural, que va mucho más allá de la doméstica y que recorre de norte a sur y de este a oeste todos los rincones del planeta.
Cada año miles de mujeres son brutalmente asesinadas, golpeadas, violadas o prostituidas, acosadas, quemadas vivas o torturadas por el mero hecho de ser mujeres. Una violencia de género que parece inagotable y que alcanza a sus propios hijos, que quedan huérfanos o son también asesinados. En la mayor parte de los casos no hay denuncia previa.
Sin embargo, la violencia contra las mujeres no solo adopta la forma de violencia física, también lo es económica, social, sexual y psicológica. Porque es producto de una sociedad patriarcal que, a su vez, es una sociedad de jerarquías en la que la mujer ocupa los últimos escalones. Según ONU Mujer, el 35 por ciento de las mujeres han sufrido algún tipo de violencia física y/o sexual proveniente de su pareja, expareja o familiar. Algunos estudios nacionales sitúan esa cifra en el 70 por ciento. Cada día, 137 mujeres son asesinadas por miembros de su propia familia. En 2017, 87.000 mujeres fueron asesinadas, más de la mitad de ellas a manos de familiares.
La trata de mujeres y niñas, con fines fundamentalmente de explotación sexual, supone un 72 por ciento del total de víctimas de la trata de seres humanos; el matrimonio infantil, con su corolario de embarazos tempranos e indeseados, aislamiento social, interrupción de la escolarización y elevación de la violencia doméstica, afecta a una de cada cinco niñas; al menos 200 millones de mujeres y niñas han sido sometidas a la mutilación genital; 15 millones de niñas adolescentes has sido sexualmente forzadas… Basten estos datos para comprender el alcance actual de una pandemia distinta a la que hoy recorre el mundo pero no menos grave.
La Federación Española de la Orden Masónica Mixta Internacional El Derecho Humano, que hunde sus raíces y tiene como enseña la Igualdad, condena radicalmente estos hechos como una de las mayores lacras que sacuden al mundo y reclama políticas institucionales para su erradicación.
La pandemia producida por el Covid-19 ha incrementado el sufrimiento de muchas mujeres obligadas a vivir el confinamiento junto a sus parejas. El aislamiento social, la inseguridad económica, el miedo a la reacción violenta descargada contra ella, han quintuplicado el número de llamadas a teléfonos de asistencia e incrementado la vulnerabilidad a la violencia en el ámbito doméstico.
Es tarea de hombres y mujeres terminar con esta situación que mina los principios más sagrados de la relación entre los seres humanos. Una Humanidad compuesta por dos géneros diferentes y complementarios, tal como sostuvo nuestra fundadora Marie Deraismes, y cuya relación ha de regirse por la igualdad más absoluta. La violencia de género no es sino el reflejo de una sociedad y un sistema profundamente desiguales, regidos por principios autoritarios y patriarcales en los que no caben los principios de fraternidad, justicia y libertad.
Es tan urgente terminar con el silencio que rodea a la violencia de género como educar a las nuevas generaciones en los principios de igualdad y respeto a las diferencias. Es urgente terminar con cualquier tipo de violencia en general y con la de género en particular. La educación en igualdad y las políticas de prevención han de ser centrales en la agenda política de las instituciones. Ello exige adoptar medidas eficaces de protección e identificación de las víctimas y dedicar los recursos humanos y materiales necesarios. Es imprescindible una profunda concienciación social, una educación que transforme los parámetros en los que se mueve la sociedad patriarcal para sustituirlos por otros en los que igualdad sea sinónimo de libertad.
Luz Modroño, Maestra Masona
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