Los últimos veinte años han visto un drástico deterioro de la calidad democrática en la Unión europea. La abrumadora mayoría de gobiernos neoconservadores en lo político y ultraliberales en lo económico ha provocado una disminución, violenta en algunos casos, del Estado de bienestar y una caída generalizada en la aplicación de lo por ellos reconocido y firmado en la Carta de Derechos Fundamentales del ciudadano europeo. En este panorama de regresión económica y social parecería que sólo la igualdad de género mantiene la velocidad de crucero con la que fue inicialmente proclamada en el mismísimo Tratado de Roma en 1957. Una prueba podría ser la actividad desplegada por las instituciones europeas. La igualdad entre hombres y mujeres es el segundo tema con mayor actividad legislativa en la UE solamente por detrás de la estrategia para el crecimiento y el empleo.
Sin embargo, una cosa es la actividad institucional y otra, a veces muy diferente, la realidad de la calle o de la empresa. Los esfuerzos de Comisión y Parlamento europeo por lograr una paridad de cuotas por género en los consejos de administración de las empresas chocan una y otra vez con la cruda realidad de la desigualdad absoluta, y para sostener esto baste sólo mirar las “fotos de familia” de los diversos grupos de poder. Lo mismo sucede con la paridad en las listas electorales, que se ve incluso ridiculizada por algunos líderes políticos como recientemente el primer ministro de Hungría sin que a nadie parezca importarle.
En el ámbito laboral sigue siendo una realidad lacerante la diferencia en salarios para el mismo trabajo a pesar de la existencia de una directiva de ¡1997! Y Lo mismo puede decirse de la comparación de las tasas de empleo masculina y femenina o de la aplicación por parte de la mayoría de los gobiernos nacionales de la legislación europea sobre permisos parentales. Como en tantos otros aspectos son los países nórdicos quienes más se acercan a la pregonada paridad en todos los aspectos, seguidos por las sociedades holandesa, alemana y austriaca, es decir aquellos estados miembros de la UE en los que ese expolio de derechos que hemos convenido en llamar crisis se ha notado con menor intensidad.
En los países del sur, la igualdad real de la mujer, en todos los ámbitos, ha retrocedido en los últimos diez años más de lo que había avanzado en los diez años anteriores, demostrando, una vez más, su consideración de minoría social desfavorecida. Colette Flesch, ministra de asuntos exteriores del último gobierno liberal de Luxemburgo (1984) y posteriormente eurodiputada y directora general de información de la Comisión europea solía enumerar irónicamente aquellas categorías desfavorecidas de la sociedad a las que se dirigía fundamentalmente su trabajo en el último puesto citado. Entre ellas, por supuesto, estaban incluidas las mujeres.
Dicho esto, parece claro que hay dos vertientes a tener en cuenta:
- La institucional, que cuenta con mecanismos para hacer efectiva la igualdad entre las personas;
- La social, como reflejo de los comportamientos prevalentes en nuestras sociedades que erosionan el principio de igualdad desde sus cimientos.
En el ámbito INSTITUCIONAL tenemos capacidad para influir en la adopción de políticas para promover la Igualdad. Sin irnos más lejos, nuestra fundadora Marie Deraismes, en una Conferencia en Troyes en 1883, bajo el título de “La mujer en una sociedad nueva” hizo afirmaciones que pueden apoyar las reivindicaciones que actualmente seguimos teniendo las mujeres, y que podríamos resumir en tres ejes:
Democracia real. Paridad en nuestras sociedades
Según Marie Deraismes: “Disminuyendo a la mujer, se han disminuido ustedes mismos y la sociedad está en déficit, evoluciona en condiciones anormales por no disponer de todos sus recursos. Así, las reformas que exige el progreso, no se logran”.
Erradicación de la prostitución, la trata, vientres de alquiler, pornografía y toda otra forma de violencia patriarcal y machista
Marie Deraismes dijo también: “La moral, las buenas costumbres, no son más que la justicia establecida en las relaciones entre hombres y mujeres”.
Empleos decentes, salarios iguales e igualdad en el reparto del tiempo para los cuidados familiares, erradicación de la pobreza femenina
Marie Deraismes en 1891 escribió para el Prólogo de su libro “EVA en la HUMANIDAD”: “Todas las crisis que atraviesan las naciones siempre son provocadas por la injusticia y el desequilibrio entre derechos y deberes”. Por su parte, Albert Camus afirmó también que “Si la Humanidad fracasa en conciliar la justicia y la libertad, fracasa en todo”
En el ámbito SOCIAL tenemos que destacar la realidad de una cultura patriarcal sostenida por comportamientos tanto explícitos como subliminales, que minan y erosionan las conquistas institucionales, de forma que éstas avanzan, pero su aplicación se ralentiza necesariamente por la resistencia al cambio de sociedades profundamente marcadas por actitudes patriarcales. Esto no sólo afecta a Europa, sino todas las grandes culturas conocidas, que a lo largo de milenios han construido sociedades asimétricas para dar contenido a fórmulas de poder territorial y económico que rebajaban a las mujeres al ámbito de las cosas con las que poder negociar, como mercancía, y en situación similar a la de los esclavos.
Estos comportamientos habituales a lo largo de milenios han sido cuestionados al menos desde la Ilustración, y con mayor énfasis a partir del siglo XIX, como hemos visto a raíz de las declaraciones abiertas de nuestra propia fundadora Marie Deraismes, pero también de muchas otras pensadoras.
En época reciente se ha detectado un nuevo fenómeno bajo el concepto de “micromachismo” –desarrollado por el Dr Luis Bonino -, que opera como una “reacción” subliminal a los avances institucionales conseguidos por la mujer en los últimos siglos y décadas, como un boicot sutil a los avances en la igualdad de género y en la autonomía de la mujer. Estas actitudes y mensajes, que encontramos tanto en lo cotidiano como en otras manifestaciones como la publicidad, manipulan el discurso de la igualdad de forma subliminal y tóxica para disminuir a credibilidad y la autoestima de la mujer, perpetuando una suerte de “dependencia” en las relaciones entre los hombres y las mujeres. La opresión adopta así nuevas formas y se adapta a los nuevos paisajes sociales para mantener el status quo.
Nuestra Obediencia, El Derecho Humano, Le Droit Humain, nació mixta y desde sus primeros pasos ya dejó Marie Deraismes muy claro este objetivo. En la citada Conferencia en Troyes, en 1883, bajo el título de: “La mujer en la nueva sociedad” decía: “la mujer es uno de ambos factores de la Humanidad y de la Civilización, todo se ha hecho, para bien o para mal, con la acción mixta de ambos sexos; admitamos que ninguna Ley, ninguna Institución, que no lleve el sello de la dualidad humana, será viable o duradera”.
Hoy, esta reflexión, supone asumir el trabajo de pulir la piedra para alcanzar una sociedad en paridad y en todas las facetas de la vida: social, económica y política.
Los masones hemos de seguir trabajando en la construcción europea, con leyes igualitarias, con Instituciones fuertes para la Igualdad y con acciones positivas para llegar, lo antes posible, a la Igualdad real. No olvidemos que: Libertad, Igualdad, Solidaridad, Democracia y Laicidad, son nuestras señas de identidad.
Las masonas, especialmente, hemos de trabajar diariamente en la exigencia de “la ética del reconocimiento”. Un reconocimiento jurídico, es decir, legal; un reconocimiento social, es decir, de valores igualitarios y un reconocimiento personal o de respeto hacia cada mujer.
La Historia de la Masonería Europea, como la Historia de las mujeres, ha sido y sigue siendo un trabajo continuado por consolidar democracias y darles la mayor calidad posible. Ello nos ha supuesto el esfuerzo de: erradicar sociedades autoritarias (en las que muy pocas personas toman las decisiones por todos nosotros y nosotras); erradicar patriarcados (o dominios exclusivos del poder de los hombres); romper con los roles predeterminados de hombres y de mujeres (hasta el feminismo ilustrado fue rechazado por los “grandes hombres” de la Ilustración, convirtiéndonos en “las hijas no deseadas” de aquel gran momento histórico y modernizador de Europa); defender sociedades laicas (separando las iglesias de los estados) y, cómo no, corregir las desigualdades sociales existentes.
En España, sin mujeres masonas como Clara Campoamor, no hubiéramos conquistado el Derecho al Voto en 1931 en la Constitución de la II República, y, a continuación, tantos derechos laborales y sociales que nacieron de aquella Carta Magna.
Sin mujeres masonas, feministas y progresistas, no se hubiera avanzado en el PACTO entre mujeres para, tejiendo redes y cadenas de unión, ser más fuerte nuestra voz y más eficaces nuestras acciones. Tampoco hubiéramos podido sentar a los poderes públicos para ir visibilizando las necesidades reales de las mujeres europeas en las políticas públicas.
Los obstáculos siguen siendo grandes y variados, pero como dijo Maria Deraismes en un Encuentro Internacional en 1880: “Perseveremos en nuestros esfuerzos. Toda verdad tiene su hora. La Libertad es la condición de nuestro Ser.
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